Los docentes los prefieren calladitos y quietitos

Es una verdad a gritos: los docentes prefieren los alumnos «tranquilitos». Cuando se expresan acerca de los mejores alumnos la mayoría de los docentes destacan sus actitudes o características personales pero no su capacidad para construir conocimiento. Así la escuela que se rasga las vestiduras con el discurso de la calidad y el contenidismo termina ponderando más la sumisión y mansedumbre que las capacidades inherentes al aprendizaje. Es más: si un estudiante osa ostentar un excelente desempeño académico pero se aburre en clase y «molesta», es castigado con todo el rigor en sus calificaciones, a donde se las bajan por el hecho de no «comportarse bien», entendido como una actitud de permanente calma y quietud dentro y fuera del aula.

¿Cómo encaja esta idea con los postulados acerca de cómo se construye el conocimiento? Atendamos a las contradicciones entre los discursos y las prácticas pedagógicas.

Hoy existe un importante consenso discursivo para explicar la enseñanza y el aprendizaje, en donde se acuerda al menos que:

  • El conocimiento se construye en interacción
  • Se produce conocimiento cuando se presenta un problema que despliega un conflicto entre lo que se sabe y las nuevas ideas
  • Se aprende cuando se está motivado e interesado
  • Solo se logra un aprendizaje duradero cuando se le encuentra sentido a lo aprendido

¿Cómo podríamos imaginarnos entonces una buena situación de enseñanza con alumnos que permanecen quietos, sentados y callados? ¿Cómo aprender sin hablar, intercambiar, preguntar, desplazarse para buscar fuentes o a pares? ¿Como afrontar un problema didáctico sin hablar? Parece tan obvio y sin embargo basta a entrar a un aula para continuar viendo los bancos alineados y chicos mirándose las nucas…

La obsesión por el disciplinamiento de los cuerpos no deja ver que, cuando los estudiantes están realmente interesados en lo que se les propone aprender, no es necesario llamarlos permanentemente al silencio o a la calma. El clima de trabajo se construye espontáneamente si la propuesta pedagógica es la adecuada para incentivar el conocimiento.

El otro punto tiene que ver con la eterna confusión entre evaluar el aprendizaje (muchas veces en un determinado campo curricular) y juzgar a nivel personal. Muchas veces los alumnos brillantes no reciben las mejores calificaciones en un área que dominan a fondo porque sus docentes buscan «aleccionarlos» para mejorar su comportamiento.

Ya sabemos que la escuela enseña valores además de conocimientos académicos. ¿Pero cuáles son? La perpetuación de una condición de «alumnidad» basada en el condicionamiento de los cuerpos (tan maravillosamente estudiado por Foucault,1975, en su «Vigilar y castigar») se instala en lo cotidiano de la escuela a través del discurso docente, del cual los padres también suelen hacerse eco con gran facilidad. Así se torna más importante la postura personal que los aprendizajes realizados: niños o jóvenes discutidores o aburridos buscan ser «domados» por la escuela. El triunfo del sistema se visualiza cuando se consigue sacar una persona bien dócil de ese ser inquieto. Si además ese alumno capaz de soportar algunos retos y humillaciones públicas sin contestar, el logro se hace mayor.

Pero además el callar los invisibiliza, los hace aprender un rol que mantendrán a lo largo de su trayectoria escolar intentando pasar lo más desapercibidos posible.

La escuela debería promover e incentivar la expresión y el movimiento. Sin embargo sucede justamente lo contrario: se venera el silencio, la individualidad, la quietud, la docilidad.

Un aula a donde se construye realmente conocimiento debería ser un espacio activo y muchas veces ruidoso. Por supuesto que también es parte de la escuela enseñar la escucha y el respeto por el otro, pero para eso no necesitamos que una clase sea un espacio sepulcral.

Cuando no se logra obtener como resultado el esperado «niño quieto y callado» se recurre al grito, la sanción o la ironía. Cualquiera de ellos lastima en el marco de una relación asimétrica tal como se define el vínculo entre docente y alumno.

Me parecen tan importantes todas estas cuestiones como las netamente «académicas» cuando pensamos en términos de buena enseñanza.

7 comentarios

  1. Si, Débora sí… profesionalmente es fantástico lograr que un grupo sea una tormenta de ideas en ebullición, que rompa los esquemas, que los amplíe, que «se mate» por participar, que dispare todo el tiempo cosas nuevas… A veces desde afuera no es fácil distinguir si se trata de cosmos o caos, pero nosotros lo sabemos: ahí hay cerebros en acción. Lograrlo es maravilloso, fantástico y te deja lleno de satisfacción, peeero… agotado!!!
    Ese creo que es el problema, nuestra limitada humanidad entra en contradicción. Nos encanta sabemos que es esa «horda» está construyendo conocimiento «a lo loco»; pero nos da vértigo, nos da la sensación de que perdemos el control y la autoridad (otro «temita»…) y hay que decirlo -porque afortunadamente suelo experimentarlo- esa forma de trabajo nos exige tanto, pero tanto, que nos agota física y mentalmente. Y en ese estado es que nos ponemos a pensar seriamente si es posible sostener ritmos así. ¿No te pasa a vos? ¿Nunca resignaste «vuelo» por «control»?
    Porque esa es la pared con la que nuestros ideales chocan: somos simples humanos metidos en un sistema. Tendemos naturalmente, y somos formados y obligados a sistematizar, a ordenar, a ser «eficientes». Y así es como terminamos sobreviviendo, en vez de arriesgarnos a volar.
    Leer reflexiones como las de este post son las que nos permiten recordar verdaderamente porqué y para qué enseñamos y no dejar de intentarlo jamás.

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  2. ¡Cuántas certezas hay en este texto! Los docentes debemos reflexionar en serio sobre esto. Pero, convengamos que, es también un problema cultural. Muchas veces escuchamos de los directivos decir que hay «mucho bochinche en tu aula» y en realidad los chicos están trabajando estupendamente.
    Me llamó particularmente la atención este párrafo: «El otro punto tiene que ver con la eterna confusión entre evaluar el aprendizaje (muchas veces en un determinado campo curricular) y juzgar a nivel personal. Muchas veces los alumnos brillantes no reciben las mejores calificaciones en un área que dominan a fondo porque sus docentes buscan “aleccionarlos” para mejorar su comportamiento.» Es preocupante que no se logre evaluar objetivamente.
    En parte creo que el inconveniente estaría dado por la superpoblación áulica. Lo ideal sería trabajar con 15-20 niños. De esta manera estaríamos garantizando los aprendizajes y se les podría lugar a todos para que se expresen en plenitud.
    ¡Saludos!
    Alicia

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    • Tal cual, las condiciones de trabajo son determinantes. Sobre la actividad docente atenta la cantidad de alumnos por curso con la que habitualmente nos encontramos y la cantidad de cursos que un docente debe tomar para llevar un salario digno a su casa. Y no es excusa.

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  3. Hola. Soy profe de ingles y es mi primer año trabajando con niños. Estoy maravillado descubriendo un mucho al que le esquivaba un poco. Me gustó mucho el contenido del artículo y traté de ver como aplicarlo en mis aulas. Pensé un rato y al menos 80 caritas se me vinieron a la cabeza a esta hora de la noche. Después de un largo día de trabajo no tengo muchas ganas de aplicar teorías a lo que estoy haciendo en el aula. Creo que eso lo hago de lunes a jueves. Pensé en que cada uno de los chiquilines tiene un comportamiento y una actitud muy particular en el aula. Pensé mucho en esos chicos que aparecen y hablan muy poco. Me preocupan mucho. Necesito incentivarlos y que sean muy ruidosos. Me preocupó mucho Mateo, que ayer entró con los ojos rojos y se sentó solo y callado en el fondo del aula detrás de los otros 36 que lo ignoraban. Solo copió toda la tarea, no participó en nada y prefirió estar solo, reclinando su cabeza entre sus brazos escondiendo el cuaderno y sin hablar con nadie. Me acerqué y le acaricié la cabeza diciéndole…. «Estabas llorando, no?». Asintió con la cabeza….. Le peiné un poco los pelos desparramados y le dije….. «Ya está loquito….. Ya pasó….. Acá vas a estar bien…..» Miró el banco con muchas ganas de llorar y luego se arrimó un poco. Lo quise abrazar pero recordé que no se puede. Tres nenes mas reclamaban mi atención y tuve que volver a ser el teacher serio y hablar en inglés. A los 20 minutos me volví a acercar y le pedí el cuaderno, pero en realidad le miraba su carita tratando de averiguar cuál era el problema. No me quiso contar a pesar de que le pregunté tres veces. Otra vez las tres ardillas volvían a llenarme de gritos pidiendo mi atención. Esta vez alcancé a decirle de nuevo….. «Ya está gordito, acá vas a estar bien…» y le volví a peinar el flequillo rebelde que tiene. Diez minutos después estaba contando hasta diez con la sonrisa en la cara y cacheteando a su compañero en juego. No sé que teoría aplicar a veces, pero me gusta que mis chicos se sientan contentos. Creo que son mas productivos cuando están contentos. Tengo a Moisés, que no sabe escribir bien. Tiene 9 años y le cuesta escribir. Hace garabatos y todo. Sin embargo es muy inteligente y en la parte oral es muy pero muy vivaz. No sé bien cual es su problema, pero su cuaderno es un verdadero desastre. Sin embargo me contesta todo y su mano está toda la clase levantada. Yo le doy luz verde y hasta hace reír a todos en la clase con sus chistes. Supongo que será un futuro humorista. Luz es un sol en realidad. Me cuenta cada 3 minutos lo que hace. Me da un beso cuando llega y cuando se va. Me pregunta absolutamente todo y me cuenta todo lo que hace en su casa. Tiene una voz y un par de anteojos que la hacen única. Como dije son 80 y podría contarles mucho mas y me doy cuenta que estoy escribiendo demasiado….. Volviendo al tema. Yo no sé si los quiero «calladitos y ordenaditos». Creo que siendo 37 en una sola aula es mas fácil y menos agotador que estén un tanto serenos. De paso es cierto eso de que cuando hacen ruido molestás a las otras aulas cercanas. También es cierto que podés tener toda la vocación que quieras pero tenés que vivir con un sueldo y para que te alcance tenés que llenar tu día de horas de clase dejando poco tiempo a la planificación y al descanso. También es cierto que cuando tenés 25 años recorrés el aula cual libélula, pero cuando empezás a promediar los 40 los espacios donde te movés se reducen y las actividades cada vez son mas descansadas y de cartilla. También es cierto que no es lo mismo estar en un aula amplia con 20 alumnos, buena iluminación, calefacción o aire acondicionado, proyector, pizarra blanca, auriculares y cambio de ambientes, como sala de proyección de películas o sala de computación. A estar en un espacio reducido con 37 alumnos, todos amontonados y sin ventilador siquiera (hoy hubo 25º en ambiente cerrado y estamos en abril), un pizarrón negro a tiza de 2 X 1 mts en una casona convertida en escuela donde se escucha todo lo que pasa en el aula de al lado……… Sin querer conté un poco mi realidad de docente, pero solo quería aportar un poco del día a día a estas ideas y postulados que los encontré tan interesantes. Les mando un abrazo y perdonen lo largo de mi humilde aporte. Bye.

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    • Hola José, muchísimas gracias por tomarte estos minutos para contar la realidad de tus aulas. Siempre es bueno entender las reflexiones en contexto y qué mejor que ponerlas en un relato concreto y detallado.
      Pensé muchas cosas mientras te leía, me gustaría ordenarlas:
      – La frase que más me resonó fue «Lo quise abrazar pero recordé que no se puede». Combato mucho diariamente con los futuros docentes que estoy formando de que no se pueda tener ningún contacto físico afectuoso con los niños. Hemos pasado a una paranoia que raya con la frialdad y que nos pone en jaque a los docentes porque el afecto necesariamente es parte del vínculo con nuestros alumnos y es imposible reprimir toda muestra de afecto que implique una expresión corporal. Pensaba por ejemplo en la contradicción entre tener una materia en el Profesorado que se llama «Expresión corporal» y no poder mostrarle a un chico contención con un abrazo. Y sé perfectamente el temor de mis colegas a ser denunciados por abuso, pero es que sinceramente a veces me parece que estamos más cerca del «abandono de persona» por evitar el abuso que otra cosa. Claramente no me refiero al hecho que contás, pero me disparó esta reflexión que quería compartir.
      – El otro tema que me resonó es el de los 37 chicos en un aula. Toda la bibliografía ratifica que es imposible desarrollar una enseñanza adecuada con esa cantidad de alumnos por aula pero las instituciones y gestiones políticas ignoran soberanamente este principio. Entonces, ¿qué podemos hacer en estas condiciones?
      – Un punto interesante para aclarar sobre lo que escribí es que lo manifestado no significa que el silencio sea malo. Por el contrario, creo que debemos enseñar el valor de la escucha porque como bien decías no podrías sino estar un ambiente como el que describís con esa cantidad de chicos. Pero enseñar a escucharse es bien diferente a callarlos por decreto, que era a lo que hacía alusión. Yo me refería a esos colegas que pasan la mayor parte del tiempo escolar intentando hacer silencio en vez de enseñar, y ponen más energías en el ejercicio de la autoridad verticalista que en otras cuestiones. Claramente tu relato no encaja para nada en este caso, sí en de la enseñanza del valor de la escucha. Porque es verdad que no podemos convivir 37 en un aula si no nos escuchamos.
      Nuevamente te agradezco que te hayas tomado este tiempo para compartir y pensar juntos. Estas son las cosas que necesitamos hacer para mejorar: poner en conflicto algunas ideas que parecen muy asentadas; cuestionar lo que se ha naturalizado.
      Te envío un gran abrazo y ojalá puedas seguir sumándonos tu perspectiva que nos enriquece y nos lleva a pensar sobre otras cuestiones.
      Débora

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